Cap. 10.1

CAPÍTULO X
La guerra de zapa de San Martín
Año 1815-1816



          La región que en la historia se conoce bajo la denominación genérica CUYO, teatro de sucesos que vamos a narrar, es el territorio que se extiende a la falda oriental de la cordillera entre los 31º y 35º de latitud austral, limitado al Este por los últimos relieves orográficos que diseñan los contornos en su conjunción con las llanuras argentinas a los 66º de latitud de Greenwich, marcando con trazos volcánicos los primitivos estremecimiento de su suelo. Dentro de este perímetro, se encierra el rasgo que la caracteriza y le da u unidad geográfica, como cuenca de todas las aguas que en diversos rumbos se desprenden de las montañas que la circundan y convergen hacia su parte baja, donde se estancan en lagos o abren sus causes en ríos perezosos, formando un sistema hidrográfico mediterráneo. Históricamente, esta región constituye desde los primeros tiempos del descubrimiento, el nudo de la colonización argentino-chilena en sus enlaces interoceánicos, que en la época en que hemos llegado se aprieta para dar origen a una vinculación político-militar por esa vía, que atará los destinos de todos los países del mar Pacífico.
          En 1814 formaban el grupo administrativo conocido con el nombre de Provincia de Cuyo, las jurisdicciones de Mendoza, San Juan y San Luis, cuyas fundaciones y desarrollo social participaban del carácter internacional chileno-argentino que les imprimió su noble sello étnico. Las ciudades de San Juan y Mendoza, núcleos de sociabilidad, fueron fundadas (año de 1561), por los primeros conquistadores chilenos, que atravesaron la gran cordillera atraídos por la fama de ser una tierra en que «se hallaba qué comer», que ha conservado merced al trabajo perseverante de sus pobladores. San Luis, fundada más tarde (año de 1596), fue una colonia de Mendoza que en su origen tuvo por objeto explotar los lavaderos de oro que allí se encuentran. Asentada a la extremidad de la sierra destacada de su nombre en sus declives occidentales (por lo cual se denomina San Luis de la Punta, y sus moradores, puntanos) sus picos se levantan como atalayas azules en los confines monocromáticos de la pampa y de la región montañosa secundaria a que pertenece. Su población encerrada en un valle longitudinal, a que se penetra por una infracturación de su sistema montañoso, es un oasis en medio del desierto, que ligó en un tiempo las comunicaciones del litoral del Plata con las ciudades andinas mencionadas en la época a que hemos llegado ligada las operaciones militares que van a desenvolverse. Desprendidas del reino de Chile en 1776 al tiempo de fundarse el Río de la Plata, fueron adscrita a la provincia de Córdoba del Tucumán, formando tres subtenencias de gobierno, y en esta condición subalterna las encontró la revolución de 1810. 
          Mendoza fue una de las primeras ciudades del virreinato que respondió al grito revolucionario lanzado en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810, con una espontaneidad y un espíritu cívico que acusaba un organismo político. Un mes después de este acontecimiento inicial (el 25 de junio de 1810) su pacífico vecindario era convocado a son de campanas por su cuerpo municipal. Congregado el pueblo en cabildo abierto, proclamó la revolución y juró obediencia al nuevo gobierno nacional, haciendo rendir sus armas a las autoridades coloniales que pretendieron oponerse al movimiento, en circunstancias que Liniers levantaba el estandarte de la reacción en Córdoba en nombre del rey. San Luis y San Juan respondieron unánimemente al pronunciamiento patriótico. En 1813 volvieron a recuperar su rango de provincia con una antigua denominación y Mendoza desempeñaba en 1814. El rumbo general de sus designios le había conducido allí como camino y punto de partida de futuras combinaciones estratégicas, pero ni él ni nadie podía sospechar toda la potencia que encerraba en su seno aquella oscura y pobre localidad, destinada a ser el nervio de la fuerza expansiva de la revolución argentina americanizada. El general que tenía esta idea en su cabeza encontró en Cuyo la masa animada que necesitaba, a que supo dar forma y dirección con su genio organizador y paciente, para «hacer ver, como él mismo dijo después, hasta qué grado puede apurarse la economía para llevar a cabo grandes empresas»1.
          Al estallar la revolución, las provincias de Cuyo, contarían apenas cuarenta mil habitaciones, pero eran robustos, avezados a la fatiga, industriosos y ahorrativos, que por la naturaleza de sus ocupaciones y sus tendencias sociales constituían una población compacta y morijerada, que se prestaba a ser civil y militarmente disciplinada. La poblaciones de San Juan y Mendoza eran entonces los dos últimos centros agrícolas del territorio, y a esto debían ser relativamente más civilizada que las del resto del país. Su propiedad territorial estaba regularmente dividida en lotes, como las casillas de un tablero de ajedrez, abrazando un área poblada sin solución de continuidad, de manera que su pintoresca campaña era la continuación de la ciudad, y formaban ambas un conjunto articulado. Cultivábanse allí la viña y el olivo los cereales y todos los árboles de la región templada. Sus productos alimentaban un comercio activo con Chile, y el litoral argentino, en vinos, aguardientes frutas secas, tejidos, conservas dulces, salazones y harinas, en cuyo transporte se empleaban numerosas carretas de bueyes y arreas de mulas, que cruzaban la pampa y la cordillera en busca de sus mercados. Esto, a la vez que difundía el bienestar local, dilataba los horizontes de los cuyanos, que en sus frecuentes y lejanos viajes adquirían nuevas nociones de la vida anterior, que despertaban su inteligencia avisada. Dueños de un suelo al parecer ingrato, lo habían fecundado con las corrientes que bajan de las montañas, fecundado con las corrientes que bajan de las montañas, estableciendo un bien entendido sistema de irrigación que por medio de represas, canales y acequias distribuían el agua en todos los predios rústicos y urbanos, a la manera de la sangre en el cuerpo humano, y esto contribuía a dar una unidad más armónica al conjunto vital. El riesgo artificial facilitaba la formación de prados artificiales de alfalfa para alimentar las bestias de transporte y engordar ganados, los que convertidos en charquis o cecinas, sebos, jabones y artefactos de pieles, constituían otra fuente de riqueza rural. Tenían operarios hábiles en todas las artes mecánicas, desde el herrero que forjaba sus arados y herraba sus mulas y caballos, y el talabartero que preparaba los aparejos de sus arreos o las petacas en que envasaban sus mercancías, hasta el mecánico que montaba las ruedas de los molinos de agua y el ingeniero práctico que nivelaba las aguas de regadío y reglaba su curso por derivación, no faltándose mineros que tenían nociones de metalurgia, servidos por una raza de zapadores, completada por otra de arrieros, conductores expertos de cargas n las montañas. Sus mujeres eran industriosas y económicas: hilaban tejidos de lana y algodón, preparaban las pastas y dulces, que eran una especialidad cuyana, y concurrían a la labor común de aquella colmena sajuanino-mendozina. San Luis, aun cuando no participaba del mismo carácter agrícola, tenía también su industria que consistía principalmente en tejidos de lana ordinarios, y completaba el sistema económico cuyano, suministrando ganados para el consumo, pieles curtidas para la exportación, lana para los tejidos, maderas para la construcción y jinetes vigorosos de hermosa raza diestros en el manejo de las armas blancas por sus frecuentes guerras con los indios de su frontera.
          El gobierno de Cuyo era esencialmente municipal. Cada una de las tres ciudades tenía un cabildo que regía en lo administrativo, judicial y policial, y en los cuarteles en que se subdividía cada municipio estaban a cargo de funcionarios llamados decuriones, que eran sus jueces de paz. Así las poblaciones aglomeradas en reducidos espacios, se hallaban bajo la inmediata vigilancia de una autoridad paternal, que conocía el carácter y el haber de cada habitante, de modo que podía establecer su filiación moral y el inventario de todas las fortunas en veinticinco horas.
          Sin este estudio sobre analítico sobre la sociabilidad cuyana, descompuesta en sus elementos constitutivos, no se comprendería cómo San Martín pudo comprender y llevar  termino, con organización tan rudimentaria, tan pobres recursos y tan corto número de habitantes, la ardua y hasta entonces imposible empresa de crear un ejército invencible, alimentarlo por el espacio de tres años con la sustancia de una sola provincia, tomar por primera vez la ofensiva en la guerra sud-americana, y libertad dos repúblicas, dando con abnegación todo cuanto tenía, desde su trabajo personal y sus bienes hasta la sangre de sus hijos. Fue esta la Macedonia del nuevo Alejandro libertador, que iba a cortar el nudo del yugo colonial.
 
 
  1. «Proclama del general San Martín», de fecha 17 de junio de 1820, imp. en pliego suelto, fol. He aquí sus palabras textuales: «En 1814 me hallaba de gobernador en Mendoza. La pérdida de Chile dejaba en peligro la provincia de mi mando; yo la puse en estado de defensa hasta que llegase el tiempo de tomar la ofensiva. Mis recursos eran escasos, y apenas tenía un embrión de ejército; pero conocí la buena voluntad de los cuyanos, y emprendí formarlo bajo un plan que hiciese ver hasta qué grado puede apurarse la economía para llevar a cabo las grandes empresas».
  

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