Cap. 2.2

          Esta figura de contornos tan concretos es empero todavía un enigma histórico por descifrar. ¿Qué fue San Martín? ¿Qué principios le guiaron? ¿Cuáles fueron sus designios? Estas preguntas que los contemporáneos se hicieron en presencia del héroe en su grandeza, del hombre e el ostracismo y de su cadáver mudo como su destino, son las mismas que se hacen aún hoy los que contemplan las estatuas que su posteridad le ha erigido, cual si fueran otras tantas esfinges de bronce que guardasen el secreto de su vida.
          San Martín no fu ni un santo ni un mesías ni un profeta. Fue simplemente un hombre de acción deliberada que obró como una fuerza activa en el orden de lo hechos fatales, teniendo la visión clara de un objeto real. Su objetivo fue la independencia sud-americana, y a el subordinó pueblos, individuos, cosas, formas, ideas, principios y moral política, subordinándose él mismo a su regla disciplinaria. Tal es la síntesis de su genio concreto. De aquí el contraste entre su acción contemporánea y su carácter póstumo; y de aquí también esa especie de misterio que envuelve sus acciones y también esa especie de misterio que envuelve sus acciones y designios, aun en presencia de su obra y de sus resultados.
          La historia en posesión de esta síntesis delineará su verdadera grandeza, reduciéndola a sus proporciones naturales, y explicará la aparente contradicción y fluctuación de sus ideas y principios en medio de la lucha, por la lógica inflexible del hombre de acción, colocando su figura histórica en el pasado y el presente bajo la luz en que la contemplarán los venideros. La grandeza de los que alcanzan la inmortalidad no se mide tanto por la magnitud de su figura ni la potencia de sus facultades, cuanto por la acción que su memoria ejerce sobre la conciencia humana, haciéndola vibrar simpáticamente de generación en generación en nombre de una pasión, de una idea o de un resultado trascendental. La de San Martín pertenece a ese número. Es una acción y un resultado, que se dilata en la vida y en la conciencia colectiva, más por virtud intrínseca que por cualidades inherentes al hombre que la simboliza; más por la fuerza de las cosas, que por a potencia del genio individual.
          No es el precursor de los hechos fatales a que sirve; pero es el que mejor los discierne, y el que en definitiva los hace triunfar. Sus creaciones no nacen súbitamente de su cerebro, armadas de pie a cabeza como la divinidad fabulosa: son el simple resultado espontáneos. Más soldado que hombre especulativo, resuelve arduos y complicados problemas, concibiendo estratégicamente planes militares. Conjura peligros dando la fórmula práctica de una situación. De formas tangibles a una revolución, organizando ejércitos regulares. Liberta pueblos, ganando tácticamente sus batallas. Emancipa esclavos, sin confesar un credo político. Crea nuevas asociaciones, sin perseguir un ideal social. Bosqueja con su espada las grandes líneas de la geografía política de Sud-América, y las fija para siempre obedeciendo por instinto a la índole de los pueblos. Funda empíricamente repúblicas democráticas por el sólo hecho de no contrariar las tendencias nativas de los pueblos que emancipa, abrigando empero en su mente otro plan teórico de organización política. Era un libertador en acción que obedecía a su propia impulsión. Por eso sus acciones son más trascendentales que su genio, y los resultados de ellas más latos que sus previsiones. Y sin embargo, no puede concebirse ni aun hipotéticamente quien pudo haberle reemplazado en la tarea contemporánea, ni quien llevaría el vacío que resultaría en la conciencia de su posteridad si su espíritu no las impregnase.
          Inteligencia común de concepciones concretas; general más metódico que inspirado; político por necesidad y por instinto más que por vocación, su grandeza moral consiste en que, cualesquiera que hayan sido sus ambiciones secretas en la vida, no se le conocen otras que las de sus designios históricos; en que tuvo la fortaleza del desinterés, de que es el más noble y varonil modelo; en que supo tener moderación para mantenerse en los límites de su genio y de su misión; en que habló sólo dos veces en la vida, -una para exhalar una débil queja al despedirse por siempre de su patria, dándole sus consejos, y otra para abdicar el poder sin enojo y despedirse por siempre de la América, apelando al fallo de a posteridad; -y en que murió en silencio, después de treinta años de olvido, sin debilidad, sin orgullo y sin amargura, viendo triunfante su obra y deprimida su gloria.
          La posteridad agradecida lo ha reclamado grande, la América del Sud lo reconoce como a uno de sus dos grandes libertadores, y tres repúblicas lo llaman padre de la patria y fundador de la independencia.
  

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