Cap. 1.9

          Las revoluciones no se consuman sino cuando las ideas, los sentimientos, las predisposiciones morales é intelectuales del hombre se convierten en conciencia individual de la gran masa y sus pasiones en fuerzas absorbentes, porque, como se ha dicho en verdad, «es el hombre y no los acontecimientos externos el que hace el mundo, y de su estado interior depende el estado visible de las sociedad». Esta revolución habíase operado en el hombre sud-americano antes de finalizar el siglo XVIII, marcando su crecimiento y su nivel moral la escala invisible que llevaba en su alma. Desde entonces, todas sus acciones tiene un objeto, una lógica, un significado; sus trabajos revolucionarios acusan un deliberado propósito con planes más o menos definidos de organización, y una aspiración hacia un orden mejor de cosas. La emancipación era un hecho que estaba en el orden natural de las cosas, una ley que tenía que cumplirse, y en ese rumbo iban los espíritus. Cuándo y cómo eran cuestiones de mera oportunidad y de forma, y de afocamiento de voluntades predispuestas. La revolución estaba en la atmósfera, estaba en las almas, y era ya no un solo instinto y gravitación mecánica, sino una pasión y una idea.
          En tal sentido, el acontecimiento extraordinario que más constituyó á formar esta conciencia y abrir los ojos á los mismos gobernantes, fue la emancipación de la América del Norte, que dio el golpe de muerte al antiguo sistema colonial. Su organización republicana, armónica con el modo de ser la América del Sud por la influencia del medio, le dio su fórmula. En un principio, esta acción no se hizo sentir directamente por el estado de marasmo social y político en que yacían las colonias hispano-americanas, pero no por eso dejó de ser eficiente. Una combinación de circunstancias concurrentes que alteró el equilibrio instable existente, puso en conmoción el organismo sud-americano hasta entonces inerte, y dio á la misma metrópoli la evidencia de que sus colonias estaban por siempre perdidas en un plazo más ó menos largo. Fue la misma España la que ajo el reinado de Carlos III, dio la primera señal de la emancipación de sus colonias, en el hecho de unir ciegamente sus armas á las de la Francia para sostener la insurrección e los norte-americanos en odio á la Inglaterra, y reconocer después la independencia de la nueva república, lo que importaba una verdadera abdicación y un reconocimiento de principios destructores de su poder moral y material. El conde de Aranda, uno de los primeros hombres de Estado de España en su tiempo, previó a estas consecuencias, y aconsejó á su soberano en 1783 que se anticipase á sancionar un hecho que no estaba en su mano evitar, «deshaciéndose espontáneamente del domino de todas sus posesiones en el continente de Ambas Américas, y establecer en ellas tres infantes, uno como rey de Méjico, otro como rey del Perú, y otro como rey de Costa-Firme, tomando el monarca el título de Emperador». Este plan, que con razón califica su autor de «gran pensamiento», se fundaba en que: «jamás han podido conservarse posesiones tan vastas, colocadas á tan grandes distancias de la metrópoli, sin acción eficaz sobre ellas, lo que la imposibilitaba de hacer el bien en favor de sus desgraciados habitantes, sujetos á vejaciones, sin poder obtener desagravio de sus ofensas y expuestos a vejámenes de sus autoridades locales, circunstancias que reunidas todas, no podían menos de descontentar á los americanos, moviéndolos hacer esfuerzos á fin de conseguir la independencia tan luego como la ocasión les fuese propicia». Y recorriendo el velo del porvenir, profetizaba lo que necesariamente iba á suceder « acabamos de reconocer una nueva potencia en un país en que no existe ninguna otra en estado de cortar su vuelo. Esta república federal nació pigmea. Llegará un día en que crezca y se torne gigante y aun coloso en aquellas regiones. Dentro de pocos años veremos con verdadero dolor la existencia de este coloso. Su primer paso, cuando haya logrado engrandecimiento, será apoderarse de la Florida y dominar el golfo de Méjico. Estos temores son muy fundados, y deben realizarse dentro de breves años si no presenciamos otras conmociones más funestas en nuestras Américas »1.
          El monarca español cerró por el momento sus ojos á la luz de estos consejos, pero antes que hubiesen transcurrido seis años, el rayo de la revolución francesa en 1789, que iluminó sus súbditos resplandores la conciencia humana, le hizo entrever el abismo que había cavado al pie de su trono. La revolución norte-americana mostró entonces su carácter universal, así que se propagó en Europa y conquistó á sus principios hasta las mismas naciones latinas, como se explicó antes. Los reyes absolutos del viejo mundo, y aún la misma libre Inglaterra por razón de su régimen monárquico, comprendieron su alcance político y sintieron conmoverse los cimientos de su poderío. Alarmados, formaron ligas liberticidas contra los nuevos principios en Europa y América, y la reacción se hizo sentir en ambos mundos.
          La España, asustada de las consecuencias de su propia obra, persiguió desde entonces hasta al introducción de los símbolos de la libertad norte-americana en sus colonias. Con motivo de tenerse noticias de que los criollos sud-americanos guardaban secretamente medallas conmemorativas de la independencia de los Estados Unidos, con el lema de LIBERTAS AMERICANA, dispúsose por real orden que «se celase con la mayor vigilancia no se introdujese en Indias ninguna especie de medallas que tengan alusión á la libertad de las colonias anglo-americanas; haciendo recoger con prudencia, sin dar á entender el motivo, las que se hallasen esparcidas»2. Con las medallas circulaban las ideas que no podían ser recogidas.
          La revolución francesa de 1789 fue consecuencia inmediata de la revolución norte-americana, cuyo principios universalizo y los hizo penetrar en la América del Sud por el vehículo de los grandes publicistas franceses del siglo XVIII, que eran conocidos y estudiados por los criollos ilustrados de las colonias ó que viajaban por Europa, y cuyas máximas revolucionarias circulaban secretamente en las cabezas como las medallas conmemorativas de la libertad de mano en mano. Al ver realizadas sus teorías por la revolución del 89, y al leerlas consignadas bajo la forma de preceptos constitucionales en la «Declaración de los Derechos del Hombre», importados de América á Europa y que la Francia propagó por el mundo, la revolución se consumó en las conciencias y la idea de la independencia se hizo carne. Muy luego, remontando á la fuente beberían en ella los principios originarios y encontrarían el tipo de l república verdadera. Mientras tanto, su actividad moral se alimentaba recibiendo la comunión de las ideas por esa vía. Antonio Nariño, destinado á representar un papel expectable en la futura revolución colombiana, tradujo é hizo imprimir secretamente los Derechos del Hombre en Nueva Granada, al mismo tiempo que se fijaban pasquines contra el gobierno español, indicantes de una fermentación sorda (1794). Perseguido por esta causa, no pudo comprobarse el cuerpo del delito, pues no se encontró un solo ejemplar de la edición ni hubo quien depusiese en contra, aun bajo quisitoriales, tal fue la fidelidad con que los conspiradores guardaron el secreto. Nariño hizo valientemente su defensa ante la Audiencia, sosteniendo que la publicación no era un crimen, pues los mismos principios corrían impresos en libros españoles, y que considerado el escrito á la luz de la razón y dándole su verdadero sentido, él no era pernicioso no podía ser perjudicial. El propagador de los nuevos principios fue condenado á presidio en África, confiscación de todos sus bienes, extrañamiento perpetuo de América, y á presenciar la quema del libro original que le sirvió de texto para su traducción por mano del verdugo2.
          Por aisladas que parezcan estas manifestaciones, ellas eran síntomas de los tiempos. No hay hechos fortuitos en la historia: todos ellos tienen su coordinación lógica, y se explican por las leyes regulares que presiden al crecimiento y la decadencia de las naciones en lo que se ha llamado la dinámica social en contraposición de la teología histórica. Las ideas no son aerolitos caídos de otros mundos; tienen su origen en la naturaleza moral del hombre del planeta. Así como la aparición de una planta en un terreno inculto, señala intervención de acciones físico-químicas, climatológicas y orgánicas, que se combinan, la aparición de una idea en una cabeza indica una elaboración intelectual que se opera simultáneamente en las cabezas. Como lo ha dicho Emerson, filósofo americano, que ha experimentado el fenómeno en sí, las ideas reformadoras tienen una puerta secreta por donde penetrar en el corazón de todos los legisladores y de cada habitante de todas las ciudades; el hecho de que un nuevo pensamiento y una nueva esperanza han entrado en un corazón, es anuncio de que una nueva luz acaba de encenderse en el corazón de millares de personas. La prueba de ello es que, después de la emancipación de las colonias norte-americanas, y de la revolución francesa, lo mismo pensaba respecto de la independencia sud-americana. Jefferson en Estados Unidos, Burke y Pitt en Inglaterra, el rey de España en Madrid, su ministro Aranda en París Tallien y Lafayette en Francia y en Europa. El criterio político se formaba por el ejemplo de lo que pasaba en ambos continentes; las nuevas ideas penetraban primero en las cabezas ilustradas y se infiltraban en la masa por el vehículo del instinto y de la pasión, que transformaba las almas por la creación de un ideal que cada cual interpretaba según sus alcances ó según sus intereses ó tendencias, teniendo evidencia de este fenómeno hasta los mismos poderes absolutos que experimentaban su influencia. Así es como se ha preparado la revolución moral en la América del Sud, una vez que la idea nueva prendió en los espíritus.
 
 
  1. Memoria del conde de Aranda al Rey Carlos III en 1783, publicada por la primera vez en la trad. española de la «España bajo el reinado de la casa de Borbón», de Coxe., t. IV, p. 433 y sig. (ed. de Madrid, 1847)
  2. Real orden de 18 de mayo de 1791 publicada por primera vez por don Andrés Lamas en el vol. II, p. 309 de la «Revista del Rio de la Plata». La real orden dice Libertad Americana en ves de Libertas, y esto introdujo al Sr. Lamas en la interesante noticia que da sobre el particular, á suponerla alusiva á la independencia sud-americana, rectificando su juicio posteriormente en presencia de la misma medalla que existe en su rico monetario americano.
  3. Restrepo: «Hist. de la Rev. de la Rep. de Colombia», t. I, p. 37 y sig.
  

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